Alejandro Aravena

Alejandro Aravena

El arquitecto social iberoamericano

Foto: EFE/Eduardo Muñoz Álvarez
Texto: Macarena Soto

Alejandro Gastón Aravena Mori nació en la Santiago de Chile que ya no abandonaría, un 22 de junio de 1967. Comprometido con el cambio social, estudió arquitectura para mejorar la calidad de vida de las personas. En 2016 se convirtió en el primer chileno en recibir el premio Pritzker y el primer latinoamericano en dirigir la exposición de arquitectura de la Bienal de Venecia.

Santiago de Chile.- Enredado en su característico tupé, cuenta que llegó a la arquitectura de manera involuntaria, se muestra convencido de que ésta debe dar respuesta a las necesidades del ser humano y asegura que “en las ciudades que vienen” será “más importante lo que no se construya”.

“A los 17 años qué sabe uno de lo que va a querer ser después”, comenta desenfadado Aravena, el primer latinoamericano en dirigir el área de arquitectura de la Bienal de Venecia tras recibir el Premio Pritzker, considerado el más importante de los galardones en este arte.

A pesar de la recurrente pregunta, dice que sigue “sin tener idea” de cómo llegó a diseñar edificios que propusieran mejoras de vida para los habitantes de las ciudades.

ARTE Y CIENCIA UNIFICADOS

“Hay que pensar, además, que era Chile en los ochenta, mitad de la dictadura, la oferta educacional no era demasiado grande y era casi por descarte”, rememora y explica que si no se escogía una ingeniería, medicina, periodismo o psicología, “la única cosa que había que juntara arte y ciencia era la arquitectura”.

Sin precedentes en su familia y “sin saber en realidad de qué se trataba” comenzó a estudiar en la universidad, donde “no necesariamente te enseñan el poder de la arquitectura para transformar la sociedad”.

“Fue algo de un potencial del que nos dimos cuenta casi por vergüenza propia, así como existe la vergüenza ajena; a mí me pasó siendo invitado el año 2000 (diez años después de haberme titulado arquitecto) a dar clases en Harvard”.

Cuando Aravena llegó a la famosa universidad, reparó que estaba “rodeado de premios Pritzker” y de inmediato pensó que él no podía ofrecer algo que el resto no supiera ya.

“En ese momento me di cuenta de que venía de un país donde el 60% de lo que se construye ocupa algún tipo de subsidio y yo no tenía ni idea de lo que era un subsidio”, continúa.

Y fue con “ese nivel de vergüenza propia” que empezó “a usar rigurosamente” su “propia ignorancia” para trabajar en temas que en ese momento le parecieron “relevantes”.

“Sin siquiera saber si se iba a poder hacer alguna contribución, pero estaba claro que la pregunta importaba. No sabía todavía si el conocimiento arquitectónico que yo tenía podía contribuir a esa pregunta, pero lo único claro era que la pregunta importaba”, reflexiona.

ELEMENTAL, EL ESTUDIO DE LA SÍNTESIS

Después de cinco años dando clases en Harvard, fundaría Elemental, su actual estudio desde el que ha diseñado edificios para ciudades chilenas, mexicanas, estadounidenses, alemanas, iraníes o colombianas.

Tras un tiempo de reflexión encontró “que si algún poder había en la arquitectura era el poder de síntesis” y que “mientras más complejo es el problema, mayor es la necesidad de síntesis”.

“Por síntesis entiendo que finalmente la gente, todos nosotros, vivimos en lugares y esos lugares tienen que tener inevitablemente una forma”.

“Las casas, las viviendas -particularmente las sociales-, las oficinas, los colegios, los parques, las plazas, cada cosa donde pasamos nuestra vida diaria y la extraordinaria tiene inevitablemente una forma y esa forma puede mejorar o arruinar la vida de las personas por periodos muy largos de tiempo”, sentencia.

Aravena alude a las “fuerzas en juego” que forman los lugares en los que vivimos, y que, según dice, pueden ser elementos “de muy distinta naturaleza: políticos, legales, sociales, ambientales, económicos o artísticos”.

“El espectro de dimensiones al que había que responder era enorme, por lo tanto complejo, y la arquitectura lo que tiene es que hacer proyectos, y los proyectos no son otra cosa que organizar esa información en clave de propuestas”, explica.

Al hacer esa “propuesta”, es, a juicio de Aravena, cuando “aparece una posibilidad de la arquitectura de canalizar estas fuerzas en juego para mejorar la calidad de vida en vez de arruinarla, que es lo que tiende a pasar en la mayoría de lo que construimos en el mundo”.

“Aquello que mejora la calidad de vida es más bien la excepción y no la regla”, asevera sin morderse la lengua y recuerda que en su estudio toman como punto de partida la vivienda social, “que es particularmente relevante”.

Tozudo en la idea de que la arquitectura ha de dar respuesta a los problemas de la sociedad, eleva la conversación y de manera inmediata asocia la belleza con la vida.

“Del orden del 90% de lo que se construye en el mundo debe ser mediocre y banal. Sin ninguna intención de que sea una frase para el bronce, lo que la arquitectura hace es darle forma a los lugares donde vivimos. Y esta palabra es donde uno hace doble clic, la vida”, comienza.

Para el chileno, esa vida se mueve en el rango “que va desde satisfacer necesidades básicas de techo, de no morirse de frío, de seguridad, de poder tener acceso a servicios sanitarios, a electricidad”.

“Si uno resuelve sólo eso, no creo que nadie pueda decir que lo que hace es estar viviendo; está sobreviviendo”, precisa.

Seguro de que el espacio público es un lugar llamado a ser habitado por todos, cree que “en las ciudades que vienen va a ser mucho más importante lo que no construyamos que lo que construyamos”.

“El espacio vacío entre las construcciones, que es lo que va a definir la calidad de la vida en común y además la valorización de esas inversiones, que la acción privada sea una ganancia de valor, no de dinero, es el tipo de cuestiones que van a ser fundamentales en las ciudades del futuro”, vaticina.

Aravena no se conforma con quedarse entre planos y materiales, sino que se empapa de realidad para formar su opinión y con ello su trabajo. Sobre la arquitectura latinoamericana también lo tiene claro: “haber tenido un problema primero, te transforma en un exportador de conocimiento”.

“No creo que haya que enfrentarlo como una situación geográfica (…) creo que hay una mayor cercanía y naturalidad (en la región) por haber tenido que jugar en contextos muy friccionados, muy cargados, y eso puede dar la impresión de que hay un cierto momento, no más complejo que haber tenido el problema primero”, resume.