Omara Portuondo

Omara Portuondo

“Pediría a los políticos iberoamericanos que hicieran música, es lo que nos une a todos”

Fotografía: EFE/Alberto Martín
Texto: Macarena Soto

Omara Portuondo Peláez nació en La Habana un 29 de octubre de 1930. Siempre ligada al mundo del espectáculo, comenzó bailando junto a su hermana Haydeé con quien también conformó el cuarteto Las d’Aida. Pronto tomó las riendas de su carrera en solitario y se convirtió en una de las voces más reconocidas de Cuba.

A Omara Portuondo se le saltan las lágrimas al recordar el racismo que acompañó a la historia de amor de sus padres, negro y blanca, y al explicar cómo un bodeguero amigo de su madre les regalaba a ella y a sus hermanos galletas mojadas en agua y azúcar moreno cuando a veces pasaban hambre, pero resume con brillo en los ojos que, a sus 85 años, todo lo que le queda por hacer “es seguir siendo cubana”.

“Me gusta ser un símbolo de Cuba, me siento realizada, es como si fuera la bandera cubana”, cuenta en Madrid en medio de una de sus interminables giras que la llevan, tras más de 50 años en lo alto del escenario, por países de los cinco continentes junto al cantante español de flamenco El Cigala.

Se siente agradecida “por haber tenido la oportunidad” que la música le ha brindado de “representar a Cuba por todas las partes del mundo” y aclara que no se trata de “destacarse” frente a otros compatriotas, sino que es un sentimiento que se reduce a que le “encanta haber nacido en Cuba”.

“Cuba es linda, chiquitica y sabrosa”, describe Portuondo, representante del movimiento musical “feeling” y una de las cantantes con mayor recorrido por todos los estilos cubanos, que ha representado junto a grupos tan populares como Buena Vista Social Club, banda por la que también pasaron Elíades Ochoa, Compay Segundo o Ibrahim Ferrer.

Hija de un negro hijo de esclavos y una blanca hija de españoles, Omara, la menor de tres hermanos, aprendió música en su casa, donde escuchaba los duetos de sus padres a quienes “la naturaleza les dio el don del oído”.

“Empecé en un cuarteto vocal femenino, mi hermana -que también estaba en el cuarteto- y yo nos inclinamos mucho por la cultura y mi hermano más por el deporte como mi padre, que fue un buen jugador de béisbol”, rememora.

Su infancia se desarrolló en La Habana y fue, según cuenta, “como la de cualquier familia de un nivel económico bajo” en la Cuba de los años 30, en la que comían “como fuera”.

“Vivía en un barrio pequeño al que sigo yendo a cada rato, es una casa chiquitica, a veces no había comida, nos alimentábamos como fuera, con galleticas, había un bodeguero amigo de mi madre que nos regalaba a veces galletas con agua y azúcar moreno, fuimos creciendo y de ahí salió la familia”, dice sin ocultar la dureza de los recuerdos ni las lágrimas.

Además de la pobreza, la familia Portuondo Peliez tuvo que luchar contra el racismo de la época en el que no se toleraba un matrimonio entre negros y blancos, aún menos cuando un cónyuge provenía de esclavos y el otro de españoles adinerados.

“El amor fue más fuerte que esa tragedia”, celebra Omara, la única que aún vive de los cinco miembros de su familia y del cuarteto vocal femenino Las d’Aida, que formó junto a su hermana Haydée, Elena Burke y Moraima Secada.

Enamorada de su país, dice que la vida en la isla ha evolucionado “como en cualquier lugar del mundo, con las vueltas del globo terráqueo”, y una sociedad “formada por la mezcla española, africana e india”, así como “por influencias norteamericanas”, procedentes de la cercanía con Estados Unidos.

En una conversación distendida en la que su patriotismo sale a relucir a cada poco, insiste en que “la música une a los pueblos” y crea símbolos inquebrantables para las culturales nacionales, como, según dice, la canción ‘El manisero’ lo es para la isla caribeña.

Viajera por obligación, se muestra feliz de haber conocido la región iberoamericana, donde prácticamente ha tenido la oportunidad de tocar en los 22 países que la conforman, los 19 de América Latina, España, Portugal y Andorra.

“Yo les pediría a los políticos iberoamericanos que hagan música, que la tengan en cuenta, porque es lo que nos une a todos”, subraya mientras enumera estilos musicales iberoamericanos que ha conocido e interpretado a lo largo de su carrera, como los tangos argentinos o el flamenco español.

Sobre la unión entre los pueblos lo tiene claro: “¿cómo no vamos a hacer cosas si nos juntamos? Lo estamos haciendo, con la música, la música es el alma de los pueblos, es una de las cosas que entran aunque tú no quieras, es como una enfermedad, pero no tienen que ponerte antibiótico, es de las cosas buenas, es la alegría de la vida”.

Necesita poco para arrancarse a cantar una estrofa de cualquier canción que le ronde la cabeza y que sus recuerdos le traigan a la boca, esos grandes éxitos que han hecho de Omara Portuondo una referencia para la música cubana.

“Tenemos un ritmo concreto, que nos identifica como latinos, un sentimiento que es también el de nuestra lengua”, dice antes de sentenciar que la “mezcla” entre español, africano e indio es, a su juicio, “muy buena”. “Mírame a mí”, zanja entre risas.

Y pese a sus 85 años, desde que a los 22 empezara a cantar en Las d’Aida, tiene claro que si naciera otra vez no podría ser más que cantante, “y deportista” por seguir con la estela de su padre.

“Todavía me falta mucho”, advierte antes de sentenciar que por ahora quisiera seguir haciendo lo que hace. “Creo que soy útil”, dice con humildad para cerrar la conversación con la misma premisa de su comienzo: “lo que me queda por hacer es seguir siendo cubana, es seguir cantando, estoy fascinada por tener esta oportunidad”.