Ciro Guerra

Ciro Guerra

“En el cine iberoamericano no debería importar tanto la nacionalidad”

Fotografía: EFE/Mauricio Dueñas Castañeda
Texto: Macarena Soto

Ciro Alfonso Guerra nació en Río de Oro, en el departamento colombiano de Cesar. Obcecado con que las historias de su país solo pueden ser narradas por los propios colombianos, su filme El abrazo de la serpiente rescató el trato que se da a los pueblos indígenas y fue nominada a mejor película de habla no inglesa en los Oscar.

Bogotá.- Porta gafas de sol oscuras, huyendo permanentemente del insistente sol bogotano en un parque cercano a su casa, desde donde Ciro Guerra, el director de cine colombiano de moda que con dos actores naturales llevó la temática indígena a la alfombra roja de los Oscar, hace cine para salvarse del ritmo atroz de nuestros días.

“Siento que hemos emprendido el camino de buscar las raíces”, dice en voz baja y tranquila, propia de quien se toma entre cuatro y cinco años para realizar cada proyecto cinematográfico en los que ejerce de director.

Orgulloso colombiano, confiesa que su país le “inspira mucho” y “tiene muchas historias que no han sido contadas”, marcadas por “una diversidad no conocida ni por los propios colombianos”, que han de ser narradas por sus ciudadanos y no por otras industrias cinematográficas.

“La nuestra no es una cinematografía larga sino joven, es algo estimulante el hecho de que sea un país donde se ha vivido tanto de tantas maneras y donde a cada lugar que mires surgen historias sorprendentes y novedosas que no se parecen a otras; en ese sentido, Colombia es una mina de oro”, reflexiona.

COLOMBIA DE CINE

El cineasta se reconoce miembro de una generación de artistas que creció “en una Colombia muy diferente, donde todo lo colombiano era malo y lo que se creaba aquí era motivo de burla y de desprecio”.

Sin embargo, a su juicio, la actualidad plantea un panorama distinto: “siento que estamos dándonos cuenta de esa Colombia profunda y de la que no se ha hablado mucho, esta generación se dio cuenta de que ese sueño americano (de emigrar para prosperar) no era cierto”.

Y, aunque los inicios de la industria del cine fueron duros, años que compara con “lanzar un cohete u organizar un juegos olímpicos de invierno en Bogotá”, “cada película abrió el camino de la siguiente”.

“Exigen un gran esfuerzo de producción y la industria no está hecha como una maquinaria, yo tampoco soy una máquina, no puedo hacer una peli al año, cada película tiene su proceso de producción, de maduración y siento que a pesar de que ahora es más fácil, sigue siendo un reto”, confiesa.

DEL PASADO RURAL A LA MODERNIDAD

En constante vuelta a sus orígenes y raíces, Guerra cree que la transición que hizo su país del mundo rural al urbano, se hizo “de manera abrupta y violenta” que provocó “que algo se quedara” y que sus coetáneos están buscando.
“Lo ves en la música, en las artes plásticas … en el cine estamos intentando volver sobre esos pasos, al país que se volvió extraño a nosotros”, cuenta.

‘El abrazo de la serpiente’, que narra la relación del último superviviente de la comunidad indígena Karamakate con dos científicos europeos que llegan al Amazonas colombiano en busca de la planta sagrada yakruna, le valió la fama internacional.

“Es una historia que habla de un mundo negado, conquistado, despreciado durante mucho tiempo y hace parte esencial de lo que somos como latinoamericanos, es una historia que solo podíamos contar nosotros, tenía que venir de acá”, reivindica.

En ese sentido, el cineasta de 35 años tiene claro que el relato “siempre ha venido de fuera, desde la perspectiva extranjera”, pero a su juicio son los latinoamericanos quienes pueden “darle la vuelta a esas historias y demostrar que cuando se da la vuelta a la perspectiva, cambian totalmente”.

“Es otra historia y te das cuenta de que las que nos han contado no son las más justas”, apostilla tras rememorar el rodaje de ‘El abrazo de la serpiente’ en el Amazonas colombiano donde el equipo “trabajó con la naturaleza sin imponerle un combate”.

Recuerda que buscó “un equipo de gente muy guerrera, que tuviera un corazón abierto” porque tenían que adentrarse “en la selva amazónica con el respeto que merece”.

“Habíamos conseguido la guía de las comunidades indígenas, eso implicaba que no podíamos imponer la lógica de una producción normal, sino adaptarnos a la lógica del lugar; fue un rodaje muy exigente, pero la selva nos colaboró, no tuvimos accidentes, enfermedades …”, explica.

Guerra celebra la mezcla que le corre por las venas -“como el vallenato con sus tres instrumentos, africano, indígena y europeo”- y cree que su país ha dado pasos “muy importantes” para proteger y reconocer los derechos de las comunidades indígenas, pero señala que existen otros peligros “externos”.

Entre ellos, recuerda que la minería ilegal, el narcotráfico o la tala ilegal de árboles causan estragos en el funcionamiento y la normalidad de la vida de los indígenas a quienes “además de la propiedad del territorio, hay que darles el derecho a decidir sobre su destino”.

A su juicio, “son ellos los que tienen que decir la relación” con el resto, que “aún no tenemos la conciencia de que la Amazonía vale mucho más conservada que todos los recursos que se puedan extraer” de ella.

“En el futuro será un lugar con un valor incalculable si logramos conservarlo”, predice el colombiano, quien piensa que “hace cien años hablar de conciencia ecológica era imposible” así como que “respetar una cultura tradicional y aprender su idioma era una idea ridícula”: “en ese sentido hemos cambiado y nuestro destino es caminar hacia eso, es un camino sin salida”.
Crítico con los vaivenes políticos y económicos que afectan a la cultura, pide que instituciones y foros de discusión como las Cumbres iberoamericanas ayuden a “fortalecer la integración” y el “diálogo cultural”.

“La relación que debería tener el cine ibérico con el latino debería ser la que tiene el cine británico con el americano, donde no importa tanto la nacionalidad”, analiza sin titubeos para asegurar que se trata de “un camino muy interesante para nuestras cinematografías” que “por cuestiones naturales, se tienen que acercar e integrar”.

Opina que “no estamos en el punto en el que deberíamos estar”, pero siente “que hay puentes, como el festival de cine de San Sebastián que es un escaparate de Latinoamérica en Europa”. Son puentes demasiado frágiles; cuando se fortalezcan, dejaremos de mirarnos como extraños y empezaremos a tener un diálogo en el que todos ganemos”, subraya.

“Programas como Ibermedia (de cooperación iberoamericana) es un ejemplo de ello; ha sido fundamental, ha estimulado la coproducción, el diálogo entre los países y nos ha permitido acceder a recursos para hacer películas sobre todo en momentos de dificultad”, ejemplifica.