Mariza

Mariza

“El fado es un triángulo entre Portugal, África y Brasil”

Fotografía: EFE/Miguel A. Lopes
Texto: Macarena Soto

Mariza dos Reis Nunes nació por primera vez el 16 de diciembre de 1973 en Maputo (Mozambique) y la segunda poco después en el barrio lisboeta de La Morería, donde sus padres, José e Isabel, abrieron una taberna en la que el Fado siempre fue protagonista. Responsable en parte de la recuperación del Fado y su internacionalización, ha estado nominada al Grammy Latino.

Hija de una mozambiqueña y un portugués, Mariza (Maputo, 1973) tiene claro que todo es mezcla. Esa mezcla a la que invoca para explicar la Lisboa en la que creció y la lengua de Camões, ese intercambio entre los pueblos y las historias que hizo que el fado sea “un triángulo entre Portugal, África y Brasil”.

“Hoy en todo Portugal y principalmente en Lisboa se ve una lusofonía muy acentuada que va influenciando toda una forma de sentir, de escuchar y de estar en la cultura portuguesa”, cuenta por teléfono una pausada Mariza, que no se impacienta ante los silencios que las propias respuestas imponen.

A su juicio, en la década de los 70, en plena decrepitud de la dictadura de António de Oliveira Salazar, la llegada a Portugal de ciudadanos africanos procedentes de las excolonias portuguesas trajo consigo un “descubrimiento” para “dos mundos” que empezaban a “entremezclarse”.

“Lo que hubo en los 70 fue un descubrimiento porque no nos conocíamos, Portugal era un país muy complicado y hoy hay una apertura muy grande al mundo”, reivindica la cantante nacida en Mozambique y criada en el barrio de la Morería de Lisboa al que culpa de su relación con el fado.

A su llegada a Lisboa, sus padres se hicieron cargo de una taberna en la que Mariza empezó a relacionarse con esta música, que con Amalia Rodrigues vivió un ascenso meteórico y un reconocimiento internacional que dura hasta hoy y que, entre otras cosas, dio pie para que la UNESCO la declarara Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2011.

Huyendo de la Guerra Civil de Mozambique, la familia Dos Reis Nunes se instaló en uno de los barrios tradicionales de la capital portuguesa: “cuando llegamos parecía que éramos extranjeros, que no formábamos parte de la misma fauna. Mi madre mestiza, mi padre blanco, rubio y super alto y un matrimonio mixto en los años 70 en Portugal era extrañísimo”.

“Nos quedamos con una pequeña taberna para buscarnos la vida huyendo de la guerra, a mi padre le gustaba mucho la vida del fadista y yo empecé a escucharlos, me empezó a gustar y con cinco años empecé a cantar también”.

Explica que la suya fue “una infancia muy divertida” porque “los barrios típicos y tradicionales de Lisboa son extremadamente libres” con el “corazón latiendo y una respiración muy propia” y, pese a lo difícil de la llegada, “cuando empiezas a formar parte del barrio, se convierte en familia”.

“Si no hubiera vivido en la Morería no sería lo que soy hoy”, zanja otorgando su éxito al de una forma de vivir y de sentir la ciudad, la convivencia y la música, propia de los barrios más tradicionales de Lisboa.

Así, explica que sin la Morería “no habría conocido el fado y nunca habría empezado a cantar”. Más tarde, “las cosas fueron pasando de manera natural” y al contrario que lo que podría pasarle a otra persona, no recuerda su primer juguete, pero sí el primer fado que cantó: Os putos de Carlos do Carmo.

“Sé perfectamente cuál fue, cómo lo aprendí, cómo lo canté. Mi intención nunca fue ser fadista, hacer giras, grabar discos; pasó todo tan natural que ahora miro atrás y es muy gracioso, tenía que ser así”, expresa.

Considerada como una de las responsables de la revalorización del fado, Mariza reconoce sin pudor que no fue hasta su adolescencia cuando conoció la voz de Amalia Rodrigues, a quien define como “uno de los grandes iconos del fado”.

Cuenta que no recuerda haberla escuchado en casa, “donde siempre se escucharon más las voces masculinas”: “conocí su voz muy tarde, en mi adolescencia, en una calle (del barrio lisboeta) de la Baixa, oí ‘O barco negro’ y fue sorprendente”.

“Es y será siempre un gran icono del fado igual que Paco de Lucía para el flamenco o Astor Piazzolla para el tango, figuras que marcan una época.  Amalia marco una época, un cambio y dejó un lugar maravilloso para que nosotros lo pudiéramos disfrutar y cantarlo cada uno a su manera”, subraya.

Habla con la misma naturalidad de sus miedos como de sus certezas y se dice “parte del rebaño” de Dios que le “acompaña a diario” y le hace sentir que “nadie camina solo en la vida”: “creo en Dios y en mi familia que me hace poner los pies en la tierra y recordar que soy humana”.

Defensora de su lengua, asegura que, aunque se siente cómoda cantando en otros idiomas como el español, que cree “más dulce”, cuando canta en portugués lo hace con su “respiración” y su “piel”.

“Dicen que España y Portugal viven de espaldas y yo creo que no, creo que están tan cerca … basta solo con creer”, opina la cantante, quien está acostumbrada a trabajar con artistas españoles, con los que dice que necesita “empatizar y entender su respiración”, pero con los que se da cuenta de que “la música no tiene lengua”.

“El fado y el flamenco son casi primos” continúa, antes de recordar que ninguna de las veces que cantó en países con otros idiomas sintió que no la fueran a entender: “la música tiene sentimientos y siempre lo vas a sentir en la piel, en el alma”.

Fue anfitriona musical de su país en la XIX Cumbre iberoamericana de 2009 celebrada en Estoril, en un concierto “pequeño” y “genial” que, tras superar algunos nervios iniciales, los presidentes y Jefes de Estado recibieron “con mucho cariño”.

Reconoce que no está involucrada en la política pero insiste en que “observa” el mundo y le surgen preocupaciones: “las cosas están un poco complicadas, el futuro, todo lo que viene, pienso cada vez más en los políticos, sean Cumbres, sean reuniones, creo que en el fondo las ideas que surgen ahora tienen que ser puestas en práctica para vivir en un mundo más seguro”.