Camila Márdila

Camila Márdila

“Debemos pensar Iberoamérica aún más como una red con un gran deseo de diversidad”

Fotografía: EFE/Sebastião Moreira
Texto: Macarena Soto

Camila Márdila nació en Taguatinga, en el Distrito Federal brasileño, el 21 de febrero de 1988. Tímida en sus primeros años de escuela, tomó el teatro como terapia de choque. Actriz revelación brasileña en 2015 por su papel en Que horas ela volta?, recibió el premio a mejor actriz del festival de Sundance.

Con 14 años Camila Márdila supo que quería ser actriz. Apoyada por sus padres, humildes migrantes a Brasilia en los años de la construcción de la actual capital brasileña, comenzó a recibir clases como pasatiempo hasta que el teatro se convirtió en el lugar del que ya no podría salir, un escenario desde el que representa papeles que crean debate en la sociedad del gigante sudamericano y desde el que se erige como símbolo de la nueva clase media.

“Crecí en una ciudad satélite dentro de Brasilia, mi madre me apuntó en clases de teatro porque era muy vergonzosa y quería que me relacionara mejor con otros niños”, relata desde São Paulo, donde pasa parte del año cuando no está en su adoptiva Rio de Janeiro.

Cuenta orgullosa que pudo alcanzar una profesión sin tener precedentes en su familia, con unas oportunidades que sus padres nunca tuvieron y defiende con fervor e insistencia que la igualdad en el acceso a la educación en Brasil y la igualdad de oportunidades seguirán siendo clave para el desarrollo del país.

“Mis padres no tuvieron esa oportunidad, pero siempre intentaron pasarnos esa relación con la cultura. Fui adquiriendo el gusto por la lectura desde muy pequeña, sola, por su incentivo y el de la escuela”, narra.

Tras estudiar Comunicación Social en la Universidad de Brasilia, donde empezó a trabajar en diversas áreas del cine, se adhirió al grupo dramaturgo Areas Coletivo de Arte y saltó a la fama en 2015 al interpretar a Jéssica en la premiada Que horas ela volta?

La joven humilde, procedente del deprimido norte brasileño y sin acceso a oportunidades, a la que puso piel Márdila, la catapultó en la escena nacional y la hizo merecedora del premio a la mejor actriz en el festival de Sundance, que compartió con su compañera de reparto, la veterana Regina Casé.

Así, con su segundo largometraje y 26 años, Márdila captó la atención del público y la crítica internacional quienes pudieron sentir el empujón de un personaje como el de Jéssica, que representaba a la nueva clase media brasileña cada vez más exigente de derechos e igualdad en un país lleno de posibilidades.

“Es una figura que necesitaba ser representada en el país”, enfatiza con claridad. “Una representación de varias jóvenes que aún no sentían que estaban siendo representadas por nada, son las personas que pasaron por la transición que el país pasó en los últimos años de tener oportunidades un poquito más semejantes al hijo de los patronos”, asegura.

Recuerda que, tras el estreno de la película, llegó un debate con una fuerza que no esperaban: “se dio un momento en que hay un montón de personas hablando ‘era eso, era eso de lo que teníamos que hablar’. Fue un personaje que activó ese debate y me siento muy responsable como actriz de ser la voz que lo colocó en el mundo”.

Rápidamente encuentra paralelismos entre su vida y la de Jéssica, hija de una mujer del norte del país empleada del hogar en casa de una familia rica brasileña de una ciudad del sur (el área más desarrollada de Brasil) que tiene que dejar a su hija en su ciudad de origen.

Hija de un hombre trabajador del campo y una mujer nacida en el norte del país, procedencia muy marcada en Brasil, Camila nació en Brasilia porque ellos llegaron como otros tantos de miles para trabajar en la construcción de la actual capital brasileña que existe desde 1960,  la capital más moderna del mundo.

“Mis padres no se sienten propietarios de una cultura que puede darnos ese horizonte, mi padre siempre estaba muy preocupado en que yo tuviera la formación que quería, que fuera detrás de mis sueños, porque sintieron que yo podía explorar otras fronteras que para ellos estuvieron muy restringidas cuando crecieron”, explica.

Cuenta que siempre quisieron que sus hijos se sintieran “muy libres” para perseguir sus sueños, algo que también tiene en común con su papel en el filme de Anna Muylaert: “ahí me siento muy representada por Jéssica, con una persona que mostró a sus padres que el horizonte puede estar más allá, que podemos construir nuestra propia historia aun siendo muy difícil”.

El ejemplo de Jéssica fue también tomado por la presidenta Dilma Rousseff quien reivindicó el filme y la evolución de la educación en Brasil desde la llegada del presidente Lula da Silva al poder en 2003.

“Dilma consiguió agarrar el filme como una identificación de lo que ella piensa que pueden hacer como Gobierno, una práctica deseada por ellos en cuestión de educación. La posibilidad de que la hija de empleada pueda acceder a la universidad es un lema de su Gobierno”, destaca.

Habla de política con la naturalidad de una joven brasileña formada en la universidad y asegura que los ejecutivos de Lula y Dilma dieron “una mirada que nunca había pasado antes” en relación con el acceso a las oportunidades.

“Veo similitudes entre Jéssica y Dilma, tanto por ser mujer como por ser hija de una empleada; ella es una personaje que reúne características muy ‘contra’, es un símbolo de resistencia, y cuando Dilma dijo que necesitamos más Jéssicas en Brasil hablaba de una revolución en la educación, en el acceso de las personas a la educación y a esas figuras que simbolizan resistencia y lucha”, señala.

Familiarizada con la cultura latinoamericana que estudia para, entre otras cosas, escribir obras de teatro, piensa que América Latina debe releer su historia junto a la Península Ibérica en donde también, según opina, “fueron afectados por el proceso de colonización”.

A su juicio, son países “que aún tienen en común, en medidas completamente diferentes porque cada uno toma su historia, ese deseo de cómo representarse, qué es ese país, quién llegó, quién estaba ya, qué había antes de eso”.

Preguntas que cree que han de ser respondidas entre todos, entre los países latinoamericanos y los ibéricos, “pensándonos aún más como una red” como la que reconoce en el ámbito cultural iberoamericano, donde “hay un deseo de diversidad” y para el que desea que haya “un poco de nosotros en todos los lugares”.